Caracas, 07 de Agosto de 2009
El precio de la belleza
Amanecen los nervios de un hermoso día, una pequeña maleta cargada de imperfecciones, secuelas dejadas por el paso de la maternidad y de tantas preocupaciones que sentimos por la facha exterior, acompañan al cómplice maestro, la autoestima, para dar luz verde y decidir corregir lo que tanto nos molesta de nuestra apariencia, pagando así un alto precio para encontrar “esa belleza” que todas y todos desean poseer.
Acompañada de mi ángel guardián, cada paso que daba hacia aquel lugar me asustaba sobre manera; me impresioné desde la entrada, por su exquisita decoración, por su insoportable silencio y una pulcritud encegecedora que me acercaba al dibujo de un nuevo cuerpo, que con números y rayas se vislumbraba en mi horizonte.
Siempre de la mano aquel que ama y amó todas mis imperfecciones se comenzó a esculpir mi nueva humanidad; un cuerpo que pocos han podido tocar, un cuerpo que, si ha llorado mucho y que en los últimos meses ha vivido la dicha mas intensa pudiendo reír de nuevo, un cuerpo que corrió con la suerte de haber dado a vida a una hermosa flor, cuerpo que buscaba un cambio para redefinir su dirección con unas ganas inmensas de dejar en el quirófano todo lo vivido en el pasado.
Llegada la hora caminé hacia el lugar de destino en donde mis únicos testigos eran El Ávila y un spray de povidona yodada, que tiñó la flacidez y mis ganas de romper con el camino andado a lo largo de mi vida. Mientras se posaba aquel rocío naranja en la mitad de mi cuerpo y daba vueltas para impregnarme de el, un reloj que volaba como un 747 esa mañana, me llevaba a las manos del aquel piloto Rafael, al que le dije que ”mi esposo y mi hija me esperaban afuera” para que no se equivocara, procediendo a presentarme unas pequeñas gotas que me llevarían a dormir por segundos en el cielo, a la espera de las manos de aquel, que en tierra, se pondría a esculpir mi nuevo cuerpo, arrancando así de mi, mis dudas, mis temores, el dolor, el desamor y la infelicidad que había vivido. Gotas que cuando empezaron a colarse con mi sangre me congelaron completamente y antes de expirar brevemente solo alcancé a decir: “Te amo Antonito, te amo mi niña”.
Cuatro horas le tomó al Escultor hacer un dibujo perfecto, y una vez terminada su obra y colgando “su pincel”, fui despertada por dos señoritas que, zarandeándome, intentaban sellar mi cuerpo a una faja que seria mi confidente y mi sombra durante muchos meses. En pocos minutos ya íbamos de vuelta a casa y que molesto se sentía; allí empecé a darme cuenta de lo que había decidido hacerme: nada más interesante, que el claustro, el dolor, la infernal forma de dormir, los puntos, el poco aseo, las marcas de la sofocante faja, las bajas de tensión, el brazo hinchado, el drenaje, las horribles pastillas, sin contar las molestias que les causé a otros que se ocuparon de mi; pero que bendición haberlos tenido conmigo ya que su amor, dedicación y presencia mitigaron mi dolor para hacer más llevadera la mejor de mis ideas.
Esa gran experiencia de decidir cambiarme la careta exterior se opacó a los dos días. En una noche mientras luchaba dormida con un brazo hinchado por la anestesia y una almohada infernal para tocar mi canción de dormir, mi drenaje, ese que se encontraba como cordón umbilical pegado a mi vientre, desafinó cómo una melodía unplugged, ocasionando mi peor pesadilla cuando visitaba a mi Escultor.
Tres días de haber esculpido la mejor de las figuras y a la espera de ese primer baño que anhelaba por lo maniática que soy a la hora de limpiar mi piel, lo arruinó un vaso con azúcar y un sofá al que desnuda fui a parar ante el desmayo ocasionado por la visión periférica accidental, no directa y rozante de mis pezones, mis aureolas y mi vientre al que le colgaba un par de mangueras fuera de servicio.
Las tres primeras visitas postoperatorias para ver a quien le dio vida a mi nueva humanidad fueron una real pesadilla; un film de terror en cuyo elenco participaban el dolor, el desmayo, la inundación de mi herida abdominal y una cruel inyectadora de 10cc que serviría para infiltrarme la calentera por el poco uso óptimo del drenaje del cual fui responsable.
Dios cada día era eterno y me forzaba a dormir muchas horas para hacerme los días mas cortos, teniendo como distracción una alarma que indicaba la hora de las píldoras, una almohada cruel que no me dejó dormir ni un día y un televisor que casi se quema por el inmisericorde servicio al que fue sometido. Pero que mas podía hacer yo, atada a una cama en la que ni siquiera perfectamente horizontal podía estar por el templón que sentía en la herida inferior, en donde semisentada reventaba de dolor mi coxis y mis piernas por la tensión muscular que tenía, donde ni siquiera podía salir a la calle porque el movimiento del coche me hacia hasta maldecir, en donde no podía hacer nada sino mirar las horas ir lentas.
Empujando el calendario y habiendo pasado un mes ya de aquel día en el que dejé atrás la mayor de las imperfecciones, me empecé a mirar, sin desmayar, como sanaba y tomaba cuerpo mi cuerpo y a darme cuenta de lo que habían hecho las manos milagrosas de ese mi Escultor. Él, al que pudiera comparar con Midas, les certifico que lo que toca lo hace perfecto. Así amará su profesión con tanta ética y devoción para tener como bandera la perfección y lo bello y plasmarlo en un rostro y en un cuerpo. Realmente he sido afortunada no sólo por ponerme en sus manos, sino también por la presencia incansable e incondicional del amor de mi vida, mi ángel, quien siguió también con perfección el cuidado de mi cuerpo, su templo en que se refugia cuando busca el amor, una palabra, una caricia o el silencio, y el cuidado de mi alma.
Cada día que pasa mi cuerpo es más perfecto a pesar de las huellas evidentes que quedan cuando se paga un precio así por la tan ansiada “belleza”. Huellas que se tratarán de disimular en el exterior pero que internamente quedarán para regocijar y fortalecer un ego natural racional y una autoestima que, si me provee de una seguridad adicional para seguir de manera asertiva mi camino por la vida en compañía de los grandes amores de mi vida, sin olvidarme de seguir puliendo la belleza más invaluable, la que llevamos por dentro…
Se dedican estas palabras a:
Dr. Arie Cohen
Por ser Tú quien me aconsejó ponerme en manos del mejor de todos…
Dr. Garbis Kaakedjian
Por ser Tú el mejor de todos, mi Escultor y el creador de mi milagro…
Antonio Monteverde
Por ser Tú, mi ángel, mi esposo, el amor de mi vida, mi fuerza, mi horizonte, mi presente, mi futuro y mi todo…
Arianna y Dakota
Por ser mi motivo de lucha y mi mayor inspiración…
Mamá Ada
Por ser Tú, la que con su ayuda alimenta mi cuerpo y espíritu, cobijándome con su cariño y haciéndome sentir como una hija…